POLITICA

30 de Octubre de 1983: Se cumplen 38 años del regreso a la Democracia en Argentina

Raúl Alfonsín.
Crédito: Dani Yako.

El domingo 30 de octubre de 1983 cambió la historia argentina para siempre. Ese día más de 15 millones de argentinos y argentinas concurrieron a votar. Ese acto periódico, que vivimos hace un par de semanas y que reviviremos en las próximas, no sucedía desde 1973. Lo que para nuestra generación es algo habitual con lo que nos encontramos cada dos años para volver a reacomodar el poder desde la ciudadanía, para nuestros padres era una excepción.
Pasaron diez años para que la población pudiera volver a las urnas, un general soberbio decía que estaban “bien guardadas”; un hombre con valentía respondió “que las vayan desempolvando porque las vamos a llenar de votos”.
A ese domingo 30 se llegó con actos, caravanas, movilizaciones, spots publicitarios, jingles inolvidables y mucha alegría. Lo recuerdo bien, aún no votaba, pero viví ese clima en las calles de Buenos Aires y me resulta aún hoy imborrable. Siento para mí que todos los que andamos por los 50 debemos tener en nuestros corazones al menos una imagen de ese día que vimos con nuestros ojos de pibe.
Ese día yo tenía doce años. En medio de la noche y de los festejos íbamos caminando desde Pueyrredón hasta Callao con mi madre y mi hermana de diez años de la mano. Nos llevaban a la casa de mi abuela, que era docente y vivía a cuatro cuadras del Congreso Recuerdo que en medio de ese bullicio, de toda esa alegría, a mamá la empujaron para robarle una cadenita y se cayó al piso. Mi hermana y yo nos asustamos mucho.
Ella golpeada, se paró y dijo: “Levántense. Vamos a lo de la abuela que tenemos que festejar”. Ese era el estado de ánimo después de toda la violencia de los 70, de una dictadura sangrienta, de las desapariciones, los exilios, el terrorismo de Estado, la censura y una guerra a la que Raúl Alfonsín se opuso casi en soledad.
Había que levantarse y seguir, lo que venía sería mejor. Y mi vieja no se equivocó, nos marcó a ambos para siempre.
Sin duda, la convivencia democrática a partir de ese día es el hecho más trascendental que construimos como sociedad en las últimas décadas y afortunadamente no tiene espacio a grietas. La inmensa mayoría de la población empadronada concurrió, esperó llegar a su mesa, votó entre un sinfín de boletas partidarias de diversos colores, aguardó los resultados frente a las radios y la TV, se sorprendió y desató su festejo en la noche.
Alguna vez me contaron que peronistas y radicales cantaban y bailaban juntos en el Obelisco en plena madrugada. En el balcón de su Comité Nacional, pasada la medianoche, el presidente electo fue contundente: “Acá no hay derrotados”. Esa noche terminó la pesadilla de las horas más oscuras y ese hombre, como había prometido en campaña, fue el que tomó el picaporte y abrió nuestra puerta de entrada a la vida.
Ese 30 la Argentina de la mano de su pueblo también dijo basta. Un basta de a pie, un basta silencioso, un basta que se escuchó cuando se supo que más del 85 por ciento de los empadronados y empadronadas habían concurrido a votar, en un país sin digitalización y donde los padrones tenían una confección arcaica; la gente había depositado masivamente su confianza en el cambio posible. El de la paz, el de la vida, el del diálogo y la transformación en democracia.
Ese domingo fue nuestro primer Nunca Más colectivo. Hasta ese día éramos espasmos democráticos cruzados por regímenes autoritarios, algunos de ellos con vetos y proscripciones, otros con gobiernos tutelados. Desde 1983, la continuidad democrática con alternancia se volvió una realidad.
No es un hecho aislado ni fortuito, es algo bueno que hemos protagonizado todos y todas como sociedad a partir de ese 30 y hoy es un buen día para reivindicarlo, sin banderías partidarias y con el deseo de que el cuarenta aniversario de la democracia recuperada nos encuentre caminando hacia un país mejor.
Fuente Clarín

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